Cada día repetía el ritual de una manera precisa, casi obsesiva, apagaba el despertador, se levantaba, se duchaba, se vestía y se asomaba a la ventana. Yo me acostumbre a verla siempre en el mismo lugar, tan quieta, mirando al infinito como si esperara encontrar una señal, prisionera del tiempo... Hoy la ventana está cerrada.
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